Llámenme romántico, pero el fútbol salvadoreño vivió ayer una noche mágica, una reconciliación entre la afición y la Selecta. La reconstrucción de ese amor que dejó malherido el tema de los amaños, puso quizás, punto final, y a fuerza de ser sincero, podría decir que el día de ayer vivió una redención.
La asunción de ese amor, fue tangible en el lleno que vivió el Cuscatlán para el encuentro que enfrentó a la Selecta con Curazao, donde el “lleno hasta las banderas” quizá se quedaba corto, y en el mes en el que estamos, ha sido una previa de nuestra gran fiesta patria.
Al margen del espectáculo en las gradas, se puede decir mucho sobre el rendimiento de la Selecta, de quienes, se podrán argumentar miles de razones, y probablemente la principal sea la falta de acoplo con la idea de Jorge Rodríguez, pero esta justificación será una más en la larga lista de ítems para minimizar el mal juego, o la baja en el rendimiento en diversos tramos del encuentro.
De mi parte me quedo con la clasificación, obligatoria de entrada, pero de todo lo vivido en la eliminatoria, debo exaltar la asistencia de la afición, una convocatoria impresionante y que pone muy en claro que del amor al odio hay un paso, y también en viceversa.
Una selecta renovada recibió el calor de una afición dolida pero sedienta de triunfo, y ayer todo esto quedó en evidencia.
Mis respetos para quienes llenaron el Cuscatlán y que, a pesar del tibio resultado volvieron a demostrar que por amor la Selecta no está huérfana, de fútbol, tal vez sí.
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